La literatura no es otra cosa que un sueño dirigido. Jorge Luis BorgesEl Simurg es un pájaro inmortal que anida en las ramas del Árbol de la Ciencia; Burton lo equipara con el águila escandinava que, según la Edda Menor, tiene conocimiento de muchas cosas y anida en las ramas del Árbol Cósmico, que se llama Yggdrasill.

El argumento de esta alegoría, que integran unos cuatro mil quinientos dísticos, es curioso. El remoto rey de los pájaros, el Simurg, deja caer en el centro de China una pluma espléndida; los pájaros deciden buscarlo, hartos de su presente anarquía. Saben que el nombre de su rey quiere decir “Treinta Pájaros”, saben que su alcázar está en el Kaf, la montaña o cordillera circular que rodea la tierra. Al principio, algunos pájaros se acobardan: el ruiseñor alega su amor por la rosa; el loro la belleza que es la razón de que viva enjaulado; la perdiz no puede prescindir de las sierras; ni la garza de los pantanos; ni la lechuza de las ruinas.
Acometen al fin la desesperada aventura; superan siete valles o mares, el nombre del penúltimo es Vértigo, el último se llama Aniquilación. Muchos peregrinos desertan; otros mueren en la travesía. Treinta, purificados por sus trabajos, pisan la montaña del Simurg. Lo contemplan al fin: perciben que ellos son el Simurg y que el Simurg es cada uno de ellos y todos ellos.
El cosmógrafo Al-Qazwiní, en sus Maravillas de la creación, afirma que el Simorg Anka vive mil setecientos años y que, cuando el hijo ha crecido, el padre enciende una pira y se quema. “Esto, observa Lane, recuerda a leyenda del Fénix”.

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