Por Ralph M. Lewis, F.R.C.
En la filosofía hermética y esotérica se usa con frecuencia el número tres para simbolizar perfección. A su vez, la forma geométrica del triángulo vino a representar la cifra tres y al mismo tiempo heredó su significado simbólico de perfección. Desde el tiempo del filósofo neoplatónico, Plotino, y a través de los siglos, el tres ha significado en numerosos sistemas de filosofía mística, el número de pasos necesarios para la unión del hombre con Dios.
En algunos casos fueron subdivididos los tres pasos o etapas, teniendo cada uno de éstos, tres de tales subdivisiones, haciendo en total nueve.
Todo indica que el dígito tres no fue seleccionado arbitrariamente para representar el estado de perfección. Tal parece que donde la perfección sigue un orden o progresión, el tercer paso, para el entendimiento, constituye la culminación. Ningún poder misterioso para alcanzar perfección es inherente al número tres. La mente parece hallar en el tercer paso de un proceso cualquiera, la conclusión que persigue. La idea surge de la reacción psicológica del hombre ante sus experiencias. Es un excelente ejemplo de cómo nuestro organismo, la con figuración de nuestros cuerpos y mente, se ingenia los medios necesarios para que tengamos nociones propias que contribuyan a nuestra filosofía de la vida.
Cualidades opuestas
Casi todo estado o condición de que tengamos conocimiento tiene su contrario. Parece que existe una cualidad opuesta. Luz y sombra, frío y calor, grande y pequeño, arriba y abajo, bien y mal, son tan sólo unas cuantas entre las numerosas cualidades duales. Para la consideración de este tema no es tan importante el que tal dualismo sea real o imaginario.
Sin embargo, la obscuridad y el mal, por ejemplo, con frecuencia se conciben como cualidades no positivas, pero sí como meras variaciones de sus opuestos. Cuando el hombre no puede percibir una cualidad opuesta, a menudo imagina alguna, con tal claridad que llega a ser para él una realidad. Como un buen ejemplo de este punto podemos citar el hecho de que no hay tal estado al que se llame espacio físico. Hay, no obstante, espacio perceptivo.
Este último es la consecuencia de sensaciones de la vista y del tacto. En aquel punto donde los sentidos perciben la ausencia de esas sensaciones que se realizan como substancia, allí es donde comienza el espacio para la conciencia. Sabemos, efectivamente, que esta experiencia es falsa. Las revelaciones de la física prueban que esto que llamamos espacio de hecho es plenitud de fuerzas y energías.
Un estado de equilibrio es para nosotros el balance entre dos cualidades opuestas, sean éstas percibidas o concebidas. El balance es inercia, inactividad. De hecho, si las cosas o las condiciones fueran a permanecer en constante balance el hombre quedaría imposibilitado aun de imaginar los opuestos. Es debido a las cualidades variantes de las cosas que nos damos cuenta de sus aparentes opuestos. Sería difícil imaginar la obscuridad si no hubiera sombras o gradaciones de luz.
Como resultado de la falta de equilibrio en la naturaleza experimentamos, o bien imaginamos, opuestos que tienen una cualidad muy positiva. A éstos les conferimos valores varios; algunos son de nuestro agrado y otros no, dependiendo de las ventajas que parezcan ofrecernos. Con no poca frecuencia, los contrarios pueden manifestarse ante nuestras mentes como si tuvieran igual valor. Sin embargo, puede que ninguno de los dos llene propósito alguno que se haya albergado en a mente. En casos de esta naturaleza cada uno de los contrarios resulta insuficiente. De nuevo, entonces, sólo pueden aparecer como simples medios alternados y poco satisfactorios para obtener un propósito.
Cuando la mente concibe dos extremos, ninguno de los cuales, de acuerdo con la razón, satisface el deseo intelectual, entonces, se afirma la función mental de la síntesis. Después de poner una junto a la otra, las dos experiencias o ideas que estén más relacionadas, y de evaluarías, si la razón no puede decidir cuál es la mejor, casi habitualmente las combina. Esta síntesis o combinación, como tercer paso de un proceso o desarrollo, consiste en extractar de cada cualidad los elementos más aceptables y unirlos en un orden que asegure la aprobación intelectual y emocional. El número tres, por lo tanto, denota una culminación. La mente ha concebido el punto medio, es decir, la diferencia entre los opuestos, lo cual para ella es la culminación de su poder análisis.
Un ciclo
La tercera etapa, como punto de conclusión y perfección, es realmente el esfuerzo de la mente por evitar un estado de equilibrio en la experiencia. El equilibrio, en realidad, causaría inactividad mental y física. La evaluación de la experiencia produce el impulso que baja un lado de la balanza o levanta el otro. A menudo este impulso es inconsciente. Debido al ambiente y a la educación, nos inclinamos a favorecer una cualidad más que otra. Vemos en una cosa o en una condición lo que aparece ante nuestras mentes y nuestro ser psíquico y nuestro ser emocional como lo mejor o lo peor. Cuando las cosas o condiciones (o las ideas) tienen igual atracción, se emplea el proceso de síntesis y esto, a menudo, también es inconsciente. Como la síntesis representa el punto final de nuestros poderes de discernimiento, como tercera condición, ésta es para el intelecto humano la perfección de todo el proceso mental experimentado.
El tercer estado, o la síntesis, es en realidad un ciclo, por el cual pasa la mente al hacer su juicio sobre experiencias o nociones. En este tercer estado llega entonces, momentáneamente, a un concepto monistico, es decir, a una idea que tiene una cualidad única. Tan pronto la mente puede deducir que hay un posible opuesto de la idea nueva y única a que ha llegado, da comienzo un nuevo ciclo. De nuevo, entonces, la mente está obligada a evaluar separadamente y por contraste los dos contrarios. Si no puede seleccionar entre estas ideas una que tenga valor preferente, estará más pronta a recurrir otra vez a la síntesis que a abandonar ambas y a buscar otras nuevas.
El proceso de síntesis simbolizado por el número tres, y que representa la perfección, puede, con frecuencia, no ser realizado. Quizás nos demos cuenta tan sólo de un elemento, o idea. Por asociación, su contrario, su probable opuesto, registrado como una pasada experiencia en la mente subjetiva, llega a combinarse con ésta. El resultado de las dos ideas se vuelve luego objetivo, como un relámpago intuitivo en nuestra mente consciente. Asume el papel de un concepto enteramente nuevo se arado. Parece no tener raíces en la idea que se tuvo conscientemente.
En el pensamiento complejo la razón puede sintetizar en sucesión rápida, pasando la mente por numerosos ciclos de tres (combinándose cada tercer elemento con otros) hasta que la pirámide alcance las limitaciones del juicio individual.
En justo crédito a los sabios y filósofos herméticos del pasado, puede decirse que ellos realizaron este proceso natural, por el cual llegó a ser el número tres el símbolo de la perfección. En la mayoría de los casos, es decir, para la mayoría de las personas, el tres fue realizado solamente como el paso final de una progresión; sin saber por qué fue así. Este paso final lo hizo aparecer como uno de los misterios de la naturaleza. Quizás es por esto que los que están inclinados a la superstición han creído que el número tres posee algún poder latente. A tales personas, les ha parecido que el número tres derrama luz sobre cualquier problema con el cual se encuentre relacionado.
En algunos casos fueron subdivididos los tres pasos o etapas, teniendo cada uno de éstos, tres de tales subdivisiones, haciendo en total nueve.
Todo indica que el dígito tres no fue seleccionado arbitrariamente para representar el estado de perfección. Tal parece que donde la perfección sigue un orden o progresión, el tercer paso, para el entendimiento, constituye la culminación. Ningún poder misterioso para alcanzar perfección es inherente al número tres. La mente parece hallar en el tercer paso de un proceso cualquiera, la conclusión que persigue. La idea surge de la reacción psicológica del hombre ante sus experiencias. Es un excelente ejemplo de cómo nuestro organismo, la con figuración de nuestros cuerpos y mente, se ingenia los medios necesarios para que tengamos nociones propias que contribuyan a nuestra filosofía de la vida.
Cualidades opuestas
Casi todo estado o condición de que tengamos conocimiento tiene su contrario. Parece que existe una cualidad opuesta. Luz y sombra, frío y calor, grande y pequeño, arriba y abajo, bien y mal, son tan sólo unas cuantas entre las numerosas cualidades duales. Para la consideración de este tema no es tan importante el que tal dualismo sea real o imaginario.
Sin embargo, la obscuridad y el mal, por ejemplo, con frecuencia se conciben como cualidades no positivas, pero sí como meras variaciones de sus opuestos. Cuando el hombre no puede percibir una cualidad opuesta, a menudo imagina alguna, con tal claridad que llega a ser para él una realidad. Como un buen ejemplo de este punto podemos citar el hecho de que no hay tal estado al que se llame espacio físico. Hay, no obstante, espacio perceptivo.
Este último es la consecuencia de sensaciones de la vista y del tacto. En aquel punto donde los sentidos perciben la ausencia de esas sensaciones que se realizan como substancia, allí es donde comienza el espacio para la conciencia. Sabemos, efectivamente, que esta experiencia es falsa. Las revelaciones de la física prueban que esto que llamamos espacio de hecho es plenitud de fuerzas y energías.
Un estado de equilibrio es para nosotros el balance entre dos cualidades opuestas, sean éstas percibidas o concebidas. El balance es inercia, inactividad. De hecho, si las cosas o las condiciones fueran a permanecer en constante balance el hombre quedaría imposibilitado aun de imaginar los opuestos. Es debido a las cualidades variantes de las cosas que nos damos cuenta de sus aparentes opuestos. Sería difícil imaginar la obscuridad si no hubiera sombras o gradaciones de luz.
Como resultado de la falta de equilibrio en la naturaleza experimentamos, o bien imaginamos, opuestos que tienen una cualidad muy positiva. A éstos les conferimos valores varios; algunos son de nuestro agrado y otros no, dependiendo de las ventajas que parezcan ofrecernos. Con no poca frecuencia, los contrarios pueden manifestarse ante nuestras mentes como si tuvieran igual valor. Sin embargo, puede que ninguno de los dos llene propósito alguno que se haya albergado en a mente. En casos de esta naturaleza cada uno de los contrarios resulta insuficiente. De nuevo, entonces, sólo pueden aparecer como simples medios alternados y poco satisfactorios para obtener un propósito.
Cuando la mente concibe dos extremos, ninguno de los cuales, de acuerdo con la razón, satisface el deseo intelectual, entonces, se afirma la función mental de la síntesis. Después de poner una junto a la otra, las dos experiencias o ideas que estén más relacionadas, y de evaluarías, si la razón no puede decidir cuál es la mejor, casi habitualmente las combina. Esta síntesis o combinación, como tercer paso de un proceso o desarrollo, consiste en extractar de cada cualidad los elementos más aceptables y unirlos en un orden que asegure la aprobación intelectual y emocional. El número tres, por lo tanto, denota una culminación. La mente ha concebido el punto medio, es decir, la diferencia entre los opuestos, lo cual para ella es la culminación de su poder análisis.
Un ciclo
La tercera etapa, como punto de conclusión y perfección, es realmente el esfuerzo de la mente por evitar un estado de equilibrio en la experiencia. El equilibrio, en realidad, causaría inactividad mental y física. La evaluación de la experiencia produce el impulso que baja un lado de la balanza o levanta el otro. A menudo este impulso es inconsciente. Debido al ambiente y a la educación, nos inclinamos a favorecer una cualidad más que otra. Vemos en una cosa o en una condición lo que aparece ante nuestras mentes y nuestro ser psíquico y nuestro ser emocional como lo mejor o lo peor. Cuando las cosas o condiciones (o las ideas) tienen igual atracción, se emplea el proceso de síntesis y esto, a menudo, también es inconsciente. Como la síntesis representa el punto final de nuestros poderes de discernimiento, como tercera condición, ésta es para el intelecto humano la perfección de todo el proceso mental experimentado.
El tercer estado, o la síntesis, es en realidad un ciclo, por el cual pasa la mente al hacer su juicio sobre experiencias o nociones. En este tercer estado llega entonces, momentáneamente, a un concepto monistico, es decir, a una idea que tiene una cualidad única. Tan pronto la mente puede deducir que hay un posible opuesto de la idea nueva y única a que ha llegado, da comienzo un nuevo ciclo. De nuevo, entonces, la mente está obligada a evaluar separadamente y por contraste los dos contrarios. Si no puede seleccionar entre estas ideas una que tenga valor preferente, estará más pronta a recurrir otra vez a la síntesis que a abandonar ambas y a buscar otras nuevas.
El proceso de síntesis simbolizado por el número tres, y que representa la perfección, puede, con frecuencia, no ser realizado. Quizás nos demos cuenta tan sólo de un elemento, o idea. Por asociación, su contrario, su probable opuesto, registrado como una pasada experiencia en la mente subjetiva, llega a combinarse con ésta. El resultado de las dos ideas se vuelve luego objetivo, como un relámpago intuitivo en nuestra mente consciente. Asume el papel de un concepto enteramente nuevo se arado. Parece no tener raíces en la idea que se tuvo conscientemente.
En el pensamiento complejo la razón puede sintetizar en sucesión rápida, pasando la mente por numerosos ciclos de tres (combinándose cada tercer elemento con otros) hasta que la pirámide alcance las limitaciones del juicio individual.
En justo crédito a los sabios y filósofos herméticos del pasado, puede decirse que ellos realizaron este proceso natural, por el cual llegó a ser el número tres el símbolo de la perfección. En la mayoría de los casos, es decir, para la mayoría de las personas, el tres fue realizado solamente como el paso final de una progresión; sin saber por qué fue así. Este paso final lo hizo aparecer como uno de los misterios de la naturaleza. Quizás es por esto que los que están inclinados a la superstición han creído que el número tres posee algún poder latente. A tales personas, les ha parecido que el número tres derrama luz sobre cualquier problema con el cual se encuentre relacionado.
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